¿Y que tal si ponemos en el centro de la educación al teatro? Sería sin duda una locura, el sueño de tantos teatristas populares comprometidos con nuevos mañanas; una utopía solo imaginada por los viejos anarquistas; una quimera de los hombres que guardaron el corazón de niños, una mala palabra, una ofensa a la razón, a los cartones y los programas, a los corses tan deseosos de atrapar cuerpos y someter conciencias.
En todo caso, tan solo soñemos; démonos la oportunidad de especular.
Educarse sería someterse al yunque de la convivencia y el juego teatral. Cada cual debería imaginar dia a dia la manera de explicar a los compáñeros -a traves del teatro- desde los procesos históricos hasta las fórmulas quimicas; del valor de las plantas medicinales a el cosmos y sus planetas; de la democracia a la dictadura.
Conocer, aprender, enseñar sería no solo la facil tarea de repetir... sino recrear lo escrito, lo percibido, lo recordado, lo investigado.
Por tanto, el teatro en el centro de la educación, estaría demandando condiciones especiales de los involucrados... alumnos, maestros, directores y padres: compromiso, autodirección.
Las jornadas cotidianas serían casi como ir definiendo de a poco las escenas y los personajes; los textos y los desplazamientos. El análisis de todo elemento en cada materia o aspecto de la vida no serían solo dirigidos al examen, a la nota... sino a la propia vida en construcción colectiva.
Esto, que de a poco les iremos contando, está comenzando a suceder en la escuela Kusicuna donde Katari ha encontrado refugio para sus sueños.
